El niño terco
En un apartado de su obra dedicado a las leyendas
infantiles, los hermanos Grimm refieren un cuento popular alemán que la
sensibilidad de la época consideraba particularmente adecuado para los niños. Un niño terco fue castigado por el Señor con la enfermedad y la muerte. Pero ni
aun así logró enmendarse. Su bracito pálido, con la mano como una flor abierta,
insistía en asomar fuera de la tumba. Sólo cuando su madre le dio una buena
tunda con una vara de avellano, el bracito se retiró otra vez bajo tierra y fue
la prueba de que el niño había alcanzado la paz.
Los que hemos pasado por ese cementerio, sabemos, sin
embargo, que se sigue asomando cuando cree que nadie lo ve. Ahora es el brazo
recio y peludo de un hombre adulto, con los dedos agrietados y las uñas sucias
de tierra por el trabajo de abrirse paso hacia abajo y hacia arriba. A veces
hace gestos obscenos, curiosamente modernos, que los filólogos consideran
dirigidos a los hermanos Grimm.
Un cuento de Ana María Shua
¡Hola mundo!
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